domingo, 15 de julio de 2012

14/07/2012 || 2 caras de la moneda - Ocio en Addis / Historias para no dormir en Zway



Esta vez voy  a contar cosas un tanto negativas, lo que significa que puede que no deje buen sabor de boca… aviso.


Tras dos semanas de rutina en Zway, Birtukan y yo decidimos ir a Addis pues ambos queríamos ir a un mercado de telas. Fuimos y volvimos en minibús, con la incomodidad y riesgo que ello supone. La ida fue tranquila, pero en la vuelta, aparte de tener que hacerlo en dos tramos, Addis-Mojo + Mojo-Zway, comprobamos que el máximo que entra en un minibús de 12-14 plazas no son 21 personas, como experimenté la última vez que fui a Langano, sino que son 22 (como los payasos del circo).

Lo curioso de este viajecito, aparte de ser la primera vez que iba por ocio a Addis, es que hicimos una pequeña representación a la hora de comprar, pues mis artes de regateo dejan mucho que desear, y por otra parte no puedo ocultar fácilmente que soy blanco, y cualquiera que vaya conmigo se ve afectado por ello (los precios son más caros). Así, a Birtukan se le ocurrió quedar con una amiga, que iría algo apartada de nosotros, pero que se fijaría en lo que queríamos comprar y lo conseguiría a precio etíope. No dejo de sorprenderme de su capacidad para decirle a su amiga, con movimientos de ojos y cejas, exactamente lo que queríamos (quizá a otra mujer no le sorprenda, pero yo desde luego no sería capaz de hacerlo… soy simple, qué le vamos a hacer).


Ese día fue divertido, pero a lo largo de la siguiente semana me he ido enterando de ciertas historias (algunas contadas por Nieves), que aunque aquí me temo que son más o menos cotidianas, a mí no dejan de sorprenderme. De hecho, el otro día me dio un bajón de ánimo pues no podía dejar de pensar en ello, y sentí tanta tristeza que empecé a llorar y no podía parar.
Siempre digo que aquí nunca transmiten pena, sino alegría, esperanza… pero si le das vuelta a la situación de ciertas personas a tu alrededor (aunque no sólo es en Etiopía) y saber que da igual lo que hagas nunca puedes llegar a todo…


Para entender la primera historia, primero hay que decir que las lluvias comienzan a ser más intensas (aún), parecen mangerazos de agua, en vez de lluvia, y a veces te despiertan por la noche de lo fuerte que cae. En general esto es bueno, y es esperado, pero depende la casa que tengas esto puede hacerte sentir tranquilo por estar en un lugar calentito, o bien no dormir por la noche por el frío y la humedad…
Esto viene a cuento porque un día, una de las hijas mayores de una familia vino para pedir ayuda a Nieves pues se les había caído la casa. Nieves fue a visitarlos para comprobar la situación y lo que quedaba de la casa eran tres paredes y un cacho de techo. Las paredes, de adobe, además estaban llenas de agujeros. Cuando Nieves les preguntó que qué hacían cuando caía la lluvia torrencial por las noches, ellos dijeron que despertarse, sentarse muy pegados a la pared y esperar a que pase. Nieves está buscando presupuesto para construir de nuevo una casa de adobe, pues no debe ser demasiado caro… espero que lo consiga.


En la segunda historia la protagonista es Marta, la chica que fuimos a buscar al hospital en Addis hace unos meses. Murió hace unas semanas. La verdad es que al final estaba sufriendo más que vivir, no podía estar sin oxígeno y se le encharcaban los pulmones cada dos días. Nieves tuvo que discutir con mucha gente en el hospital para que la ingresaran hasta conseguir bombonas de oxígeno (pues estando terminal no se querían hacer cargo), y luego mover Roma con Santiago para conseguir las bombonas (y adicionalmente una cama decente para ella). Finalmente se consiguió todo y espero que pasara más o menos tranquila sus últimos días. Aquí, incluso con todo lo que pasó, se contó como una noticia más del día (pues era algo esperado), aunque con pesar… pero así quedó, como algo que pasó ese día y ya está.
Al padre se le ha visto últimamente por aquí, y es una persona que nunca deja de pedir y pedir (y no precisamente sólo cosas para su hija), y aunque Nieves estaba un poco harta ya, decidió hacer un último esfuerzo por Marta, y las hermanas pagaron el féretro y la impresión de las tarjetas del funeral (aunque el padre quería también que le compraran la vaca para la ceremonia, pues aquí se invita a comer en estos actos).  Ya había pasado el tiempo, y casi me había olvidado de lo ocurrido, cuando de repente me encontré imprimiendo la imagen de ella en las tarjetas (que entregan en la ceremonia que hacen 2 o 3 semanas después del funeral), con un aspecto mucho mejor que cuando yo la vi. Por lo visto, Marta había sido muy guapa.


La tercera historia surgió cuando otra chica vino al College para hablar con Nieves y le contó que su madre se había ido a otra población con los niños, y que ella no tenía dinero para pagarse el billete e ir con ellos. Lo que quería era dinero para irse, pero Nieves, sin estar muy convencida fue a comprobar lo que pasaba y la situación resultó ser peor todavía. Por lo visto el padre llega borracho todas las noches y pegaba a la mujer (cuando vivía con ellos). La última vez que pasó, fue con una barra de hierro y la mujer  decidió marcharse y dejar todo, incluidos hijos (supongo que muy a su pesar). La hija mayor de la familia, que es la que fue a pedir, quiere abandonar la casa también (supongo que es la que ahora sufre el calvario de la madre). El padre pega también a los niños, pero lo peor de todo es que todo el mundo lo sabe, de hecho cuando los vecinos oyen los ruidos cuando el padre viene con ganas de “marcha”, como saben que es por eso, ni se alarman ni hacen nada.
Supongo que la situación es complicada, no es tan facil de manejar, pero confío en que Nieves pueda hacer algo, al menos sacarlos de esa casa, aunque si el padre intenta seguirlos donde estén…


La siguiente viene inspirada en un bebé, de un mes, que ni siquiera tiene nombre. Se ha quedado huérfano pues al nacer, la madre tuvo complicaciones y al intentar tener al gemelo de este niño, murió.
El pequeño, aunque está bien, es prematuro y está muy muy delgado, pero ya ha empezado a tomar biberón. El otro día fui con Nieves a verlo, y aunque ha estrenado el orfanato, no creo que sea una buena noticia el que haya llegado (aunque mejor eso que estar abandonado). ¿Qué le deparará el futuro a este pequeño?


La última historia, me la han contado ayer mismo, pero necesito escribirla ya. En ésta el protagonista es uno de mis compañeros (profesor) del College, muy simpático, muy trabajador y muy educado y atento… nunca me hubiera imaginado que su vida hubiera sido tan dura. Él me ha contado la historia con una pequeña sonrisa, para quitarle hierro, pero realmente, se notaba en su cara que el recordar las dificultades que ha vivido le hacían entristecer.
Todo ha comenzado cuando hemos visto a gente vendiendo maíz, frutos tostados y caña de azúcar y él me ha dicho que fue uno de los niños que vendían caña de azúcar (estuvo 4 años haciéndolo). A partir de ahí le pregunté si siempre había vivido en Zway y esto es lo que me contó:

            Nació en una pequeña ciudad del norte, y cuando tenía un año de edad sus padres tuvieron ciertos problemas entre ellos. Él tampoco sabe muy bien qué pasó, pero la conclusión fue que su padre se fue y su madre también, dejando a su abuela a cargo de él. Estuvo hasta los 14 años viviendo sólo con su abuela, sin conocer a sus padres, hasta que un buen día su abuela le dice que su madre se fue a Zway cuando él era pequeño pues tenía parientes aquí, y que ahora, tras 13 años de abandono, venía a verlo. La madre envió ropa para él, y por lo visto, él pensó que su madre era rica, pues donde él vivía, tener pantalones, zapatos y camiseta significa que eres rico.
Cuando llegó su madre, aunque tuvo cierta sensación de alegría, era alguien a la que no conocía, así que principalmente se sintió confuso. Lo primero que pensó es ¿por qué te fuiste sin mí? y ¿dónde está mi padre? La contestación, aunque no sé si muy verosímil, a él por lo visto le convenció (o prefiere no darle más vueltas). Le dijeron que su madre se había ido porque sus padres habían tenido un conflicto, y ella tenía que hacer algo para ganarse la vida, y el padre era un militar del antiguo gobierno, y tras estar mucho tiempo de servicio, fue asesinado por el bando contrario. No voy a discutir la versión pero….

La madre, vino a conocerlo con otro hijo, pues se había vuelto a casar en Zway, y el hermanastro, por lo visto, iba bastante mejor vestido que él. Se sintió muy enfadado, con la situación, con la madre, por no haber recibido el mismo trato que los otros hijos, por no haber sido informado de nada, por sentirse abandonado.
La madre le dijo que si quería ir con ellos a Zway, y él, intentando tomar una decisión tan importante con tan sólo 14 años, y sin conocer a los recién llegados, pidió consejo a la que había llamado “mamá” toda su infancia, su abuela. Ella, sin parar de llorar, le dijo que estaba envejeciendo, y que si moría, él se quedaría solo, así que era mejor que fuera con la madre. Finalmente decidió ir con los desconocidos que decían ser su familia y vino a parar a Zway.

Aquí no mejora su infancia, pues por lo visto, el nuevo marido de la madre, no muy contento con el hijastro recién llegado, lo rechazó toda su vida y nunca le dio nada, así que él tuvo que buscar diversos trabajos (y faltar a la escuela en varias ocasiones, incluso todo un año estuvo sin ir al Colegio) para ahorrar dinero para comprarse ropa, cuadernos, lápices,… incluso cuando estudió en el College (la madre por lo visto no podía llevar mucho la contraria al padre, o le daba igual, no lo sé). Cuando terminó sus estudios fue contratado aquí, y en cuanto pudo se fue de su casa pues la situación era insostenible con su padrastro.

Ahora, con un buen trabajo y siendo profesor, ahorra cuando puede, y siempre que hay vacaciones o algún día especial, compra ropa para su “familia”, incluido su padrastro y sus tres hermanastros. Me decía que ahora, el padrastro, se está dando cuenta de lo que ha hecho con él y se siente algo arrepentido.

Mientras me contaba todo esto, al mismo tiempo que escuchaba, yo pensaba que mi única preocupación en mi infancia era pasar los exámenes e intentar disuadir a mi madre de comer verdura… todo lo demás lo tenía solucionado. También pensaba lo increíble que es que una persona, con una vida tan dura, con una falta de padres, y habiéndose sentido rechazado de esa manera, no sólo ha llegado donde ha llegado, sino con un carácter tan jovial, y con unos principios tan bien asentados.

Al terminar la conversación, cuando nos despedimos, no pude menos que decirle que me sentía muy orgulloso de él, y en vez del típico toque de hombro, nos dimos un abrazo. 
Desde luego, a partir de ahora no podré evitar mirarlo sin sentir cierta admiración.

domingo, 1 de julio de 2012

30/06/2012 || Pasarela Dilla


Tras el ajetreado movimiento por la pérdida de mi pasaporte, pude contrarrestrar un poco con una excursión, de nuevo a Dilla, pero esta vez con todos los elementos necesarios para denominarlo “EXCURSIÓN”: muchos compañeros, autobuses y canciones durante el viaje (esto es internacional).


El motivo del viaje a Dilla es que las hermanas querían mostrar a la ciudad, y también a las autoridades, lo que se puede llegar a hacer, como College, y más concretamente con la parte de moda. Ahora mismo los estudios en Dilla están empezando, y concretamente moda no parece una carrera prioritaria en un país en el que quieren que el 70% realice estudios técnicos. Sin embargo, teniendo en cuenta que la industria textil se mueve bastante en Etiopía, que se importa más de lo que se necesita, y que aquí incluso producen sus propias telas (de muy buena calidad, por cierto) quizá sería importante potenciarlo.

Para hacer esta demostración se preparó un “espectáculo”, donde participaron algunas de las niñas de Dilla haciendo bailes, una pequeña presentación sobre los diferentes campus de la congregación y sus logros (tanto en Tecnología de la información como en Moda), y como plato fuerte un desfile de moda con lo mejor de las colecciones de los últimos años del College de Zway (y aunque no entiendo mucho, a mí los vestidos me parecieron muy buenos).
Para el desfile se usó todo el material que se había utilizado dos años antes en otro desfile que hicieron en el Hilton Addis Ababa, y que resultó un éxito. Las modelos no hacía falta buscarlas muy lejos, porque aquí hay muchas chicas guapas y con un tipazo estupendo, así que algunas de las alumnas fueron las que desfilaron.

Yo, muy inocente de mí, pensé que acudía como mero espectador del evento, pero no; Nieves como siempre tenía una sorpresita guardada para mí, y es que había decidido que me encargaría del sonido. Así que allí terminé, en medio de todo el sarao entre bambalinas, poniendo CDs y controlando los micros.

La verdad es que en general salió bastante bien, y la gente quedó impresionada. Algunas de las autoridades dijeron frases como “para qué importamos ropa de China si aquí lo podemos hacer mejor”… pero bueno, eso lo decimos también en España, hasta que aparece la palabra “dinero” en medio de la conversación. 

Aunque el desfile fue el objetivo del viaje, para mí fue especial por otra razón: pude compartir todo el fin de semana con mis compañeros etíopes. Para empezar, típicamente etíope, habíamos quedado a las 6 de la mañana, y salimos más tarde de las 7… es algo que esperaba, pero me sigue haciendo gracia cuando la gente que llega 45 minutos tarde viene tranquilamente, charlando, jaja. 

En el autobús, aunque íbamos como sardinas en lata, fue divertido pues fuimos cantando (yo no porque no me sabía las canciones, y aquí lo de “El señor conductor no se ríe” no se estila), dando palmas, charlando, los niños jugando y posteriormente dormidos… Como en el anterior viaje, contemplando un precioso paisaje que se convertía en verde y rojo al pasar Awasa, pero esta vez, como novedad, sufrí ciertas subidas de adrenalina: aún no sé muy bien cómo, pero los autobuses cuatro latas que nos llevaban pueden conducir a toda velocidad y adelantarse unos a otros en carreteras de menos de dos carriles (que digo yo que si prácticamente no entran dos coches, cómo leches van en paralelo dos autobuses).

Por si alguien se ha preguntado “¿qué hacían los niños en el autobús?” Diré que aunque el hecho de que el padre se quede con los niños no es algo muy extendido en estos lares, la razón principal de que vinieran fue que algunos eran bebés y realmente tenían que ir con sus madres (y una de ellas es la jefa del departamento de moda, así que no podía faltar), y otros peques iban también a desfilar (¡qué monos!, posando y todo cuando les hacían fotos, aunque en los ensayos alguno se salía de la pasarela para jugar). 

Al margen de la cuestionable combinación de autobús por encima de su capacidad, niños, y conducción un tanto temeraria (da igual cuanto tiempo esté aquí, seguiré siendo consciente de los riesgos), el viaje fue agradable, y cuando llegamos, aunque las monjas nos pusieron a los voluntarios en habitaciones aparte, pedimos seguir con el resto de los profesores… Esta excursión era para compartir todo, así que a dormir en colchonetas en el suelo y a comer injera (que afortunadamente para mí ya puedo volver a digerir, tras dos meses de repugnancia absoluta). También salimos a tomar café fuera de la misión, y si el café en Etiopía normalmente es bueno, aquí en el sur es aún mejor, pues cultivan un tipo especial, y según me han comentado, hasta las hojas las utilizan para hacer infusión (aquí se aprovecha todo).

La parte de comer la pasé satisfactoriamente, aunque no tanto la parte de dormir. Ya he dicho anteriormente que a los etíopes les gusta el contacto físico, siempre se tocan, se abrazan, se dan la mano… por tanto no podía esperar que para dormir pudiera conservar mi espacio habitual en la cama, y no porque no hubiera colchones, sino porque les gusta estar juntitos, jeje. Tampoco podía esperar que apagaran la música o la luz pronto, sobre todo yendo con algunos alumnos (que están en la edad de no dormir y pasarlo bien), pero creo que sólo a mí me importaba, el resto comenzó a dormir plácidamente… así que puedo concluir que, efectivamente, “ya estoy mayor”. Hablé al día siguiente con otra voluntaria que durmió con las chicas y sí, contrastamos: “no importa cuántos colchones pongas en el suelo, los etíopes se intentarán apiñar como suricatos”. La verdad es que forma parte de la cultura y me alegra compartirlo con ellos, aunque aún hay veces que me extraña cuando me cogen la mano y vamos caminando cual enamorados por la calle (cuestión de tiempo, supongo).

En Dilla, por este querer estar con mis compañeros, recibí un curioso comentario de Sister Gio, pues le hacía gracia que quisiera estar con ellos como un etíope más: “yo al principio también quería ser como ellos… pero luego te das cuenta que no puedes”. Creo que está un poco confundida pues yo no quiero ser como ellos (y estoy seguro que no podría si quisiera). Yo estoy muy contento de ser como soy, con mi educación, mis complejidades, mis rarezas… y por qué no, mis costumbres europeas y españolas. Sinceramente, nunca me he visto viviendo aquí por mucho tiempo, pero aun así, quiero compartir con ellos y aprender de ellos todo lo que pueda en el periodo que esté aquí, pues creo que eso es lo mejor que me puedo llevar de esta experiencia.

Tras este párrafo un tanto emotivo, diré que la vuelta a Zway fue también divertida en el bus, con múltiples paradas para que compráramos frutas de todo tipo a los chavales que vendían en la carretera. En esa zona llueve tanto que hay mucha fruta y está muy muy barata, por ej. Una bolsa de plástico llena de aguacates por 10 birr (0.45€), o de mangos por 15 birr, o caña de azúcar, papayas, bananas, etc etc.
También hicimos una pequeña parada en el lago de Awasa, que es muy bonito pero tendré que ir de nuevo, porque 15 minutos y lluvia no dieron para ver mucho.


Aparte de este viaje hacia el Sur, mis idas y venidas a Addis por diferentes temas relativos a mi pasaporte me llevaron a conocer a la que ahora es mi profesora de amhárico, Rahel (no sé si conseguiré hablar, pero estoy movilizando a medio Zway para que me ayuden). El caso es que como íbamos a Addis, vino esta  chica con nosotros, que tiene desde hace un año y medio problemas con un brazo, algo de nervios, y fue operada hace un mes, pero tenía que ir a revisión al hospital. Aunque algo tímida al principio, resultó ser una chica simpática e inteligente. Su única familia es su hermana pequeña, y desde hace tiempo las monjas les pagan la casa, comida y colegio. En este viaje, hicimos buenas migas, y Nieves que no para de maquinar decidió hacer un experimento, pues ella necesita cambiar el chip y pensar en otra cosa, pues está obsesionada con su brazo, y yo necesitaba clases, así que “¡¡¡Tatáaaan!!!”, combinación perfecta. 

Como se puede uno imaginar, este viaje dio más de sí que conocer a Rahel.
Por una parte fuimos a ver a los peques que antes vivían con nosotros en Zway, que aún están esperando para que se resuelvan los papeles de adopción. Aún se acuerdan de mí, o al menos juegan conmigo como si me conocieran, y es una gozada llegar y que diez pequeños se te pongan a abrazarte, jugar, reir…
Por otra parte, ir a Addis con Nieves es no saber cuándo vuelves, y no saber lo que vas a hacer allí. De este modo, y para no perder las costumbres, mi calidad de voluntario me convirtió por un par de días en diseñador gráfico junior, o sea, que me dediqué a rehacer la publicidad de los diferentes campus de Mary Help College en Etiopía pues tenía que estar lista para una feria que había en Awassa (y al día siguiente rematándolo con el diseñador de verdad, pues mi conocimiento auto-adquirido de Photoshop tiene ciertos límites, y posteriormente con el de la imprenta… que me meto en todos los “fregaos”). Finalmente la publicidad estuvo impresa a tiempo y por lo que me han contado la feria estuvo bastante bien.


Para finalizar esta entrada con algo que no tiene nada que ver con lo anterior, me gustaría compartir uno de los últimos acontecimientos que me han ocurrido y que me ha hecho mucha ilusión. No es una anécdota de ninguna escapada, o algo que pasó en un lugar lejano, sino algo que ocurrió a tan sólo cinco minutos de la puerta de la misión:

El otro día volvía de dar un paseo y me encontré a mi amigo Abubeker (uno de los gemelos con los que fuimos a la montaña en el Via Crucis; el que sufrió tanto de bebé). Siempre me saluda muy jovial y viene corriendo a darme la mano en cuanto me ve, pero esta vez me cogió bien fuerte y tiró de mí para llevarme a su casa (la que les están pagando las hermanas). La puerta exterior era de hojalata y al entrar nos cruzamos con unas cuantas gallinas en la zona central, y casi me trago las cuerdas de tender pues Abu no dejaba de tirar de mí, y como en general aquí son bajitos, tienden a la altura de mi cuello. Llegamos a su puerta y, como la mayoría de la gente, su hogar era una habitación de adobe de unos 3 metros cuadrados donde tenían dos colchones pequeños, un banco y una pequeña despensa con una bolsa de plástico y el soporte donde ponen las brasas para cocinar. Allí estaba también su hermana, Radia, y ambos se sentaron a mi lado, en el banco, y me ofrecieron pan (el poco que tenían). No voy a olvidar jamás la cara de emoción que tenían porque me estaban invitando a su casa (probablemente con más espacio para tres niños, que lo que puedan tener en su choza en el poblado), y me contaban donde dormían cada uno y donde cocinaban. Me imagino que para ellos poder vivir así, en una ciudad, es más de lo que podrían esperar, sobre todo después de haber estado viviendo en los tubos de alcantarillado.

Al día siguiente me los volví a encontrar y también muy ilusionados, me presentaron a otro de sus hermanos mayores que había venido a visitarlos. Luego Nieves me dijo que llevaban mucho tiempo sin verlo porque se había ido de casa… el hermano en cuestión no creo que tuviera más de 16 años.