Esta vez voy a contar cosas un tanto negativas, lo que
significa que puede que no deje buen sabor de boca… aviso.
Tras dos semanas de rutina en
Zway, Birtukan y yo decidimos ir a Addis pues ambos queríamos ir a un mercado
de telas. Fuimos y volvimos en minibús, con la incomodidad y riesgo que ello
supone. La ida fue tranquila, pero en la vuelta, aparte de tener que hacerlo en
dos tramos, Addis-Mojo + Mojo-Zway, comprobamos que el máximo que entra en un
minibús de 12-14 plazas no son 21 personas, como experimenté la última vez que
fui a Langano, sino que son 22 (como los payasos del circo).
Lo curioso de este viajecito,
aparte de ser la primera vez que iba por ocio a Addis, es que hicimos una
pequeña representación a la hora de comprar, pues mis artes de regateo dejan
mucho que desear, y por otra parte no puedo ocultar fácilmente que soy
blanco, y cualquiera que vaya conmigo se ve afectado por ello (los precios son
más caros). Así, a Birtukan se le ocurrió quedar con una amiga, que iría algo
apartada de nosotros, pero que se fijaría en lo que queríamos comprar y lo conseguiría
a precio etíope. No dejo de sorprenderme de su capacidad para decirle a su
amiga, con movimientos de ojos y cejas, exactamente lo que queríamos (quizá a
otra mujer no le sorprenda, pero yo desde luego no sería capaz de hacerlo… soy
simple, qué le vamos a hacer).
Ese día fue divertido, pero a
lo largo de la siguiente semana me he ido enterando de ciertas historias (algunas
contadas por Nieves), que aunque aquí me temo que son más o menos cotidianas, a
mí no dejan de sorprenderme. De hecho, el otro día me dio un bajón de ánimo
pues no podía dejar de pensar en ello, y sentí tanta tristeza que empecé a
llorar y no podía parar.
Siempre digo que aquí nunca
transmiten pena, sino alegría, esperanza… pero si le das vuelta a la situación
de ciertas personas a tu alrededor (aunque no sólo es en Etiopía) y saber que da
igual lo que hagas nunca puedes llegar a todo…
Para entender la primera historia, primero hay que decir que las lluvias comienzan a ser más intensas (aún),
parecen mangerazos de agua, en vez de lluvia, y a veces te despiertan por la
noche de lo fuerte que cae. En general esto es bueno, y es esperado, pero depende la casa que tengas
esto puede hacerte sentir tranquilo por estar en un lugar calentito, o bien no
dormir por la noche por el frío y la humedad…
Esto viene a cuento porque un día, una de las hijas mayores de una familia
vino para pedir ayuda a Nieves pues se les había caído la casa. Nieves fue a
visitarlos para comprobar la situación y lo que quedaba de la casa eran
tres paredes y un cacho de techo. Las paredes, de adobe, además estaban llenas de
agujeros. Cuando Nieves les preguntó que qué hacían cuando caía la lluvia
torrencial por las noches, ellos dijeron que despertarse, sentarse muy pegados
a la pared y esperar a que pase. Nieves está buscando presupuesto para
construir de nuevo una casa de adobe, pues no debe ser demasiado caro… espero
que lo consiga.
En
la segunda historia la protagonista es Marta, la chica que fuimos a buscar al
hospital en Addis hace unos meses. Murió hace unas semanas. La verdad es
que al final estaba sufriendo más que vivir, no podía estar sin oxígeno y se le
encharcaban los pulmones cada dos días. Nieves tuvo que discutir con mucha
gente en el hospital para que la ingresaran hasta conseguir bombonas de oxígeno
(pues estando terminal no se querían hacer cargo), y luego mover Roma con
Santiago para conseguir las bombonas (y adicionalmente una cama decente para
ella). Finalmente se consiguió todo y espero que pasara más o menos tranquila
sus últimos días. Aquí, incluso con todo lo que pasó, se contó como una
noticia más del día (pues era algo esperado), aunque con pesar… pero así quedó,
como algo que pasó ese día y ya está.
Al padre se le ha visto
últimamente por aquí, y es una persona que nunca deja de pedir y pedir (y no precisamente
sólo cosas para su hija), y aunque Nieves estaba un poco harta ya, decidió
hacer un último esfuerzo por Marta, y las hermanas pagaron el féretro y la
impresión de las tarjetas del funeral (aunque el padre quería también que le
compraran la vaca para la ceremonia, pues aquí se invita a comer en estos
actos). Ya había pasado el tiempo, y
casi me había olvidado de lo ocurrido, cuando de repente me encontré imprimiendo
la imagen de ella en las tarjetas (que entregan en la ceremonia que hacen 2 o 3 semanas después del funeral), con un aspecto mucho mejor que cuando yo la
vi. Por lo visto, Marta había sido muy guapa.
La tercera historia surgió
cuando otra chica vino al College para hablar con Nieves y le contó que su
madre se había ido a otra población con los niños, y que ella no tenía dinero
para pagarse el billete e ir con ellos. Lo que quería era dinero para irse, pero Nieves, sin
estar muy convencida fue a comprobar lo que pasaba y la situación resultó ser
peor todavía. Por lo visto el padre llega borracho todas las noches y pegaba a
la mujer (cuando vivía con ellos). La última vez que pasó, fue con una barra de
hierro y la mujer decidió marcharse y
dejar todo, incluidos hijos (supongo que muy a su pesar). La hija mayor de la
familia, que es la que fue a pedir, quiere abandonar la casa también (supongo
que es la que ahora sufre el calvario de la madre). El padre pega también a los
niños, pero lo peor de todo es que todo el mundo lo sabe, de hecho cuando los
vecinos oyen los ruidos cuando el padre viene con ganas de “marcha”, como saben
que es por eso, ni se alarman ni hacen nada.
Supongo que la situación es
complicada, no es tan facil de manejar, pero confío en que Nieves pueda hacer algo, al menos sacarlos de esa
casa, aunque si el padre intenta seguirlos donde estén…
La siguiente viene
inspirada en un bebé, de un mes, que ni siquiera tiene nombre. Se ha quedado
huérfano pues al nacer, la madre tuvo complicaciones y al intentar tener al
gemelo de este niño, murió.
El pequeño, aunque está bien,
es prematuro y está muy muy delgado, pero ya ha empezado a tomar biberón. El
otro día fui con Nieves a verlo, y aunque ha estrenado el orfanato, no creo que
sea una buena noticia el que haya llegado (aunque mejor eso que estar
abandonado). ¿Qué le deparará el futuro a este pequeño?
La última historia, me la han
contado ayer mismo, pero necesito escribirla ya. En ésta el protagonista es uno
de mis compañeros (profesor) del College, muy simpático, muy trabajador y muy
educado y atento… nunca me hubiera imaginado que su vida hubiera sido tan dura.
Él me ha contado la historia con una pequeña sonrisa, para quitarle hierro,
pero realmente, se notaba en su cara que el recordar las dificultades que ha
vivido le hacían entristecer.
Todo ha comenzado cuando hemos
visto a gente vendiendo maíz, frutos tostados y caña de azúcar y él me ha dicho
que fue uno de los niños que vendían caña de azúcar (estuvo 4 años haciéndolo).
A partir de ahí le pregunté si siempre había vivido en Zway y esto es lo que me
contó:
Nació en una pequeña ciudad del norte, y cuando tenía un
año de edad sus padres tuvieron ciertos problemas entre ellos. Él tampoco sabe
muy bien qué pasó, pero la conclusión fue que su padre se fue y su madre
también, dejando a su abuela a cargo de él. Estuvo hasta los 14 años viviendo
sólo con su abuela, sin conocer a sus padres, hasta que un buen día su abuela
le dice que su madre se fue a Zway cuando él era pequeño pues tenía parientes
aquí, y que ahora, tras 13 años de abandono, venía a verlo. La madre envió ropa
para él, y por lo visto, él pensó que su madre era rica, pues donde él vivía,
tener pantalones, zapatos y camiseta significa que eres rico.
Cuando llegó su madre, aunque tuvo
cierta sensación de alegría, era alguien a la que no conocía, así que
principalmente se sintió confuso. Lo primero que pensó es ¿por qué te fuiste
sin mí? y ¿dónde está mi padre? La contestación, aunque no sé si muy verosímil,
a él por lo visto le convenció (o prefiere no darle más vueltas). Le dijeron
que su madre se había ido porque sus padres habían tenido un conflicto, y ella
tenía que hacer algo para ganarse la vida, y el padre era un militar del
antiguo gobierno, y tras estar mucho tiempo de servicio, fue asesinado por el
bando contrario. No voy a discutir la versión pero….
La madre, vino a conocerlo con otro hijo,
pues se había vuelto a casar en Zway, y el hermanastro, por lo visto, iba bastante mejor
vestido que él. Se sintió muy enfadado, con la situación, con la madre, por no
haber recibido el mismo trato que los otros hijos, por no haber sido informado
de nada, por sentirse abandonado.
La madre le dijo que si quería
ir con ellos a Zway, y él, intentando tomar una decisión tan importante con tan
sólo 14 años, y sin conocer a los recién llegados, pidió consejo a la que había llamado “mamá” toda su infancia, su
abuela. Ella, sin parar de llorar, le dijo que estaba envejeciendo, y que si
moría, él se quedaría solo, así que era mejor que fuera con la madre.
Finalmente decidió ir con los desconocidos que decían ser su familia y vino a
parar a Zway.
Aquí no mejora su infancia,
pues por lo visto, el nuevo marido de la madre, no muy contento con el hijastro
recién llegado, lo rechazó toda su vida y nunca le dio nada, así que él tuvo
que buscar diversos trabajos (y faltar a la escuela en varias ocasiones, incluso
todo un año estuvo sin ir al Colegio) para ahorrar dinero para comprarse ropa, cuadernos,
lápices,… incluso cuando estudió en el College (la madre por lo visto no podía
llevar mucho la contraria al padre, o le daba igual, no lo sé). Cuando terminó sus
estudios fue contratado aquí, y en cuanto pudo se fue de su casa pues la
situación era insostenible con su padrastro.
Ahora, con un buen trabajo y siendo
profesor, ahorra cuando puede, y siempre que hay vacaciones o algún día
especial, compra ropa para su “familia”, incluido su padrastro y sus tres
hermanastros. Me decía que ahora, el padrastro, se está dando cuenta de lo que
ha hecho con él y se siente algo arrepentido.
Mientras me contaba todo esto,
al mismo tiempo que escuchaba, yo pensaba que mi única preocupación en mi
infancia era pasar los exámenes e intentar disuadir a mi madre de comer
verdura… todo lo demás lo tenía solucionado. También pensaba lo increíble que
es que una persona, con una vida tan dura, con una falta de padres, y
habiéndose sentido rechazado de esa manera, no sólo ha llegado donde ha
llegado, sino con un carácter tan jovial, y con unos principios tan bien
asentados.
Al terminar la conversación,
cuando nos despedimos, no pude menos que decirle que me sentía muy orgulloso de él,
y en vez del típico toque de hombro, nos dimos un abrazo.
Desde luego, a partir
de ahora no podré evitar mirarlo sin sentir cierta admiración.
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