domingo, 1 de julio de 2012

30/06/2012 || Pasarela Dilla


Tras el ajetreado movimiento por la pérdida de mi pasaporte, pude contrarrestrar un poco con una excursión, de nuevo a Dilla, pero esta vez con todos los elementos necesarios para denominarlo “EXCURSIÓN”: muchos compañeros, autobuses y canciones durante el viaje (esto es internacional).


El motivo del viaje a Dilla es que las hermanas querían mostrar a la ciudad, y también a las autoridades, lo que se puede llegar a hacer, como College, y más concretamente con la parte de moda. Ahora mismo los estudios en Dilla están empezando, y concretamente moda no parece una carrera prioritaria en un país en el que quieren que el 70% realice estudios técnicos. Sin embargo, teniendo en cuenta que la industria textil se mueve bastante en Etiopía, que se importa más de lo que se necesita, y que aquí incluso producen sus propias telas (de muy buena calidad, por cierto) quizá sería importante potenciarlo.

Para hacer esta demostración se preparó un “espectáculo”, donde participaron algunas de las niñas de Dilla haciendo bailes, una pequeña presentación sobre los diferentes campus de la congregación y sus logros (tanto en Tecnología de la información como en Moda), y como plato fuerte un desfile de moda con lo mejor de las colecciones de los últimos años del College de Zway (y aunque no entiendo mucho, a mí los vestidos me parecieron muy buenos).
Para el desfile se usó todo el material que se había utilizado dos años antes en otro desfile que hicieron en el Hilton Addis Ababa, y que resultó un éxito. Las modelos no hacía falta buscarlas muy lejos, porque aquí hay muchas chicas guapas y con un tipazo estupendo, así que algunas de las alumnas fueron las que desfilaron.

Yo, muy inocente de mí, pensé que acudía como mero espectador del evento, pero no; Nieves como siempre tenía una sorpresita guardada para mí, y es que había decidido que me encargaría del sonido. Así que allí terminé, en medio de todo el sarao entre bambalinas, poniendo CDs y controlando los micros.

La verdad es que en general salió bastante bien, y la gente quedó impresionada. Algunas de las autoridades dijeron frases como “para qué importamos ropa de China si aquí lo podemos hacer mejor”… pero bueno, eso lo decimos también en España, hasta que aparece la palabra “dinero” en medio de la conversación. 

Aunque el desfile fue el objetivo del viaje, para mí fue especial por otra razón: pude compartir todo el fin de semana con mis compañeros etíopes. Para empezar, típicamente etíope, habíamos quedado a las 6 de la mañana, y salimos más tarde de las 7… es algo que esperaba, pero me sigue haciendo gracia cuando la gente que llega 45 minutos tarde viene tranquilamente, charlando, jaja. 

En el autobús, aunque íbamos como sardinas en lata, fue divertido pues fuimos cantando (yo no porque no me sabía las canciones, y aquí lo de “El señor conductor no se ríe” no se estila), dando palmas, charlando, los niños jugando y posteriormente dormidos… Como en el anterior viaje, contemplando un precioso paisaje que se convertía en verde y rojo al pasar Awasa, pero esta vez, como novedad, sufrí ciertas subidas de adrenalina: aún no sé muy bien cómo, pero los autobuses cuatro latas que nos llevaban pueden conducir a toda velocidad y adelantarse unos a otros en carreteras de menos de dos carriles (que digo yo que si prácticamente no entran dos coches, cómo leches van en paralelo dos autobuses).

Por si alguien se ha preguntado “¿qué hacían los niños en el autobús?” Diré que aunque el hecho de que el padre se quede con los niños no es algo muy extendido en estos lares, la razón principal de que vinieran fue que algunos eran bebés y realmente tenían que ir con sus madres (y una de ellas es la jefa del departamento de moda, así que no podía faltar), y otros peques iban también a desfilar (¡qué monos!, posando y todo cuando les hacían fotos, aunque en los ensayos alguno se salía de la pasarela para jugar). 

Al margen de la cuestionable combinación de autobús por encima de su capacidad, niños, y conducción un tanto temeraria (da igual cuanto tiempo esté aquí, seguiré siendo consciente de los riesgos), el viaje fue agradable, y cuando llegamos, aunque las monjas nos pusieron a los voluntarios en habitaciones aparte, pedimos seguir con el resto de los profesores… Esta excursión era para compartir todo, así que a dormir en colchonetas en el suelo y a comer injera (que afortunadamente para mí ya puedo volver a digerir, tras dos meses de repugnancia absoluta). También salimos a tomar café fuera de la misión, y si el café en Etiopía normalmente es bueno, aquí en el sur es aún mejor, pues cultivan un tipo especial, y según me han comentado, hasta las hojas las utilizan para hacer infusión (aquí se aprovecha todo).

La parte de comer la pasé satisfactoriamente, aunque no tanto la parte de dormir. Ya he dicho anteriormente que a los etíopes les gusta el contacto físico, siempre se tocan, se abrazan, se dan la mano… por tanto no podía esperar que para dormir pudiera conservar mi espacio habitual en la cama, y no porque no hubiera colchones, sino porque les gusta estar juntitos, jeje. Tampoco podía esperar que apagaran la música o la luz pronto, sobre todo yendo con algunos alumnos (que están en la edad de no dormir y pasarlo bien), pero creo que sólo a mí me importaba, el resto comenzó a dormir plácidamente… así que puedo concluir que, efectivamente, “ya estoy mayor”. Hablé al día siguiente con otra voluntaria que durmió con las chicas y sí, contrastamos: “no importa cuántos colchones pongas en el suelo, los etíopes se intentarán apiñar como suricatos”. La verdad es que forma parte de la cultura y me alegra compartirlo con ellos, aunque aún hay veces que me extraña cuando me cogen la mano y vamos caminando cual enamorados por la calle (cuestión de tiempo, supongo).

En Dilla, por este querer estar con mis compañeros, recibí un curioso comentario de Sister Gio, pues le hacía gracia que quisiera estar con ellos como un etíope más: “yo al principio también quería ser como ellos… pero luego te das cuenta que no puedes”. Creo que está un poco confundida pues yo no quiero ser como ellos (y estoy seguro que no podría si quisiera). Yo estoy muy contento de ser como soy, con mi educación, mis complejidades, mis rarezas… y por qué no, mis costumbres europeas y españolas. Sinceramente, nunca me he visto viviendo aquí por mucho tiempo, pero aun así, quiero compartir con ellos y aprender de ellos todo lo que pueda en el periodo que esté aquí, pues creo que eso es lo mejor que me puedo llevar de esta experiencia.

Tras este párrafo un tanto emotivo, diré que la vuelta a Zway fue también divertida en el bus, con múltiples paradas para que compráramos frutas de todo tipo a los chavales que vendían en la carretera. En esa zona llueve tanto que hay mucha fruta y está muy muy barata, por ej. Una bolsa de plástico llena de aguacates por 10 birr (0.45€), o de mangos por 15 birr, o caña de azúcar, papayas, bananas, etc etc.
También hicimos una pequeña parada en el lago de Awasa, que es muy bonito pero tendré que ir de nuevo, porque 15 minutos y lluvia no dieron para ver mucho.


Aparte de este viaje hacia el Sur, mis idas y venidas a Addis por diferentes temas relativos a mi pasaporte me llevaron a conocer a la que ahora es mi profesora de amhárico, Rahel (no sé si conseguiré hablar, pero estoy movilizando a medio Zway para que me ayuden). El caso es que como íbamos a Addis, vino esta  chica con nosotros, que tiene desde hace un año y medio problemas con un brazo, algo de nervios, y fue operada hace un mes, pero tenía que ir a revisión al hospital. Aunque algo tímida al principio, resultó ser una chica simpática e inteligente. Su única familia es su hermana pequeña, y desde hace tiempo las monjas les pagan la casa, comida y colegio. En este viaje, hicimos buenas migas, y Nieves que no para de maquinar decidió hacer un experimento, pues ella necesita cambiar el chip y pensar en otra cosa, pues está obsesionada con su brazo, y yo necesitaba clases, así que “¡¡¡Tatáaaan!!!”, combinación perfecta. 

Como se puede uno imaginar, este viaje dio más de sí que conocer a Rahel.
Por una parte fuimos a ver a los peques que antes vivían con nosotros en Zway, que aún están esperando para que se resuelvan los papeles de adopción. Aún se acuerdan de mí, o al menos juegan conmigo como si me conocieran, y es una gozada llegar y que diez pequeños se te pongan a abrazarte, jugar, reir…
Por otra parte, ir a Addis con Nieves es no saber cuándo vuelves, y no saber lo que vas a hacer allí. De este modo, y para no perder las costumbres, mi calidad de voluntario me convirtió por un par de días en diseñador gráfico junior, o sea, que me dediqué a rehacer la publicidad de los diferentes campus de Mary Help College en Etiopía pues tenía que estar lista para una feria que había en Awassa (y al día siguiente rematándolo con el diseñador de verdad, pues mi conocimiento auto-adquirido de Photoshop tiene ciertos límites, y posteriormente con el de la imprenta… que me meto en todos los “fregaos”). Finalmente la publicidad estuvo impresa a tiempo y por lo que me han contado la feria estuvo bastante bien.


Para finalizar esta entrada con algo que no tiene nada que ver con lo anterior, me gustaría compartir uno de los últimos acontecimientos que me han ocurrido y que me ha hecho mucha ilusión. No es una anécdota de ninguna escapada, o algo que pasó en un lugar lejano, sino algo que ocurrió a tan sólo cinco minutos de la puerta de la misión:

El otro día volvía de dar un paseo y me encontré a mi amigo Abubeker (uno de los gemelos con los que fuimos a la montaña en el Via Crucis; el que sufrió tanto de bebé). Siempre me saluda muy jovial y viene corriendo a darme la mano en cuanto me ve, pero esta vez me cogió bien fuerte y tiró de mí para llevarme a su casa (la que les están pagando las hermanas). La puerta exterior era de hojalata y al entrar nos cruzamos con unas cuantas gallinas en la zona central, y casi me trago las cuerdas de tender pues Abu no dejaba de tirar de mí, y como en general aquí son bajitos, tienden a la altura de mi cuello. Llegamos a su puerta y, como la mayoría de la gente, su hogar era una habitación de adobe de unos 3 metros cuadrados donde tenían dos colchones pequeños, un banco y una pequeña despensa con una bolsa de plástico y el soporte donde ponen las brasas para cocinar. Allí estaba también su hermana, Radia, y ambos se sentaron a mi lado, en el banco, y me ofrecieron pan (el poco que tenían). No voy a olvidar jamás la cara de emoción que tenían porque me estaban invitando a su casa (probablemente con más espacio para tres niños, que lo que puedan tener en su choza en el poblado), y me contaban donde dormían cada uno y donde cocinaban. Me imagino que para ellos poder vivir así, en una ciudad, es más de lo que podrían esperar, sobre todo después de haber estado viviendo en los tubos de alcantarillado.

Al día siguiente me los volví a encontrar y también muy ilusionados, me presentaron a otro de sus hermanos mayores que había venido a visitarlos. Luego Nieves me dijo que llevaban mucho tiempo sin verlo porque se había ido de casa… el hermano en cuestión no creo que tuviera más de 16 años.

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