Tras el ajetreado movimiento
por la pérdida de mi pasaporte, pude contrarrestrar un poco con una excursión,
de nuevo a Dilla, pero esta vez con todos los elementos necesarios para
denominarlo “EXCURSIÓN”: muchos compañeros, autobuses y canciones durante el
viaje (esto es internacional).
El motivo del viaje a Dilla es
que las hermanas querían mostrar a la ciudad, y también a las autoridades, lo
que se puede llegar a hacer, como College, y más concretamente con la parte de
moda. Ahora mismo los estudios en Dilla están empezando, y concretamente moda
no parece una carrera prioritaria en un país en el que quieren que el 70%
realice estudios técnicos. Sin embargo, teniendo en cuenta que la industria
textil se mueve bastante en Etiopía, que se importa más de lo que se necesita,
y que aquí incluso producen sus propias telas (de muy buena calidad, por
cierto) quizá sería importante potenciarlo.
Para hacer esta demostración
se preparó un “espectáculo”, donde participaron algunas de las niñas de Dilla
haciendo bailes, una pequeña presentación sobre los diferentes campus de la
congregación y sus logros (tanto en Tecnología de la información como en Moda),
y como plato fuerte un desfile de moda con lo mejor de las colecciones de los
últimos años del College de Zway (y aunque no entiendo mucho, a mí los vestidos
me parecieron muy buenos).
Para el desfile se usó todo el
material que se había utilizado dos años antes en otro desfile que hicieron en
el Hilton Addis Ababa, y que resultó un éxito. Las modelos no hacía falta buscarlas
muy lejos, porque aquí hay muchas chicas guapas y con un tipazo estupendo, así
que algunas de las alumnas fueron las que desfilaron.
Yo, muy inocente de mí, pensé
que acudía como mero espectador del evento, pero no; Nieves como siempre tenía
una sorpresita guardada para mí, y es que había decidido que me encargaría del
sonido. Así que allí terminé, en medio de todo el sarao entre bambalinas,
poniendo CDs y controlando los micros.
La verdad es que en general
salió bastante bien, y la gente quedó impresionada. Algunas de las autoridades
dijeron frases como “para qué importamos ropa de China si aquí lo podemos hacer
mejor”… pero bueno, eso lo decimos también en España, hasta que aparece la
palabra “dinero” en medio de la conversación.
Aunque el desfile fue el
objetivo del viaje, para mí fue especial por otra razón: pude compartir todo el
fin de semana con mis compañeros etíopes. Para empezar, típicamente etíope,
habíamos quedado a las 6 de la mañana, y salimos más tarde de las 7… es algo
que esperaba, pero me sigue haciendo gracia cuando la gente que llega 45
minutos tarde viene tranquilamente, charlando, jaja.
En el autobús, aunque íbamos
como sardinas en lata, fue divertido pues fuimos cantando (yo no porque no me
sabía las canciones, y aquí lo de “El señor conductor no se ríe” no se estila),
dando palmas, charlando, los niños jugando y posteriormente dormidos… Como en
el anterior viaje, contemplando un precioso paisaje que se convertía en verde y
rojo al pasar Awasa, pero esta vez, como novedad, sufrí ciertas subidas de
adrenalina: aún no sé muy bien cómo, pero los autobuses cuatro latas que nos
llevaban pueden conducir a toda velocidad y adelantarse unos a otros en
carreteras de menos de dos carriles (que digo yo que si prácticamente no entran
dos coches, cómo leches van en paralelo dos autobuses).
Por si alguien se ha
preguntado “¿qué hacían los niños en el autobús?” Diré que aunque el hecho de
que el padre se quede con los niños no es algo muy extendido en estos lares, la
razón principal de que vinieran fue que algunos eran bebés y realmente tenían
que ir con sus madres (y una de ellas es la jefa del departamento de moda, así
que no podía faltar), y otros peques iban también a desfilar (¡qué monos!,
posando y todo cuando les hacían fotos, aunque en los ensayos alguno se salía
de la pasarela para jugar).
Al margen de la cuestionable
combinación de autobús por encima de su capacidad, niños, y conducción un tanto
temeraria (da igual cuanto tiempo esté aquí, seguiré siendo consciente de los
riesgos), el viaje fue agradable, y cuando llegamos, aunque las monjas nos
pusieron a los voluntarios en habitaciones aparte, pedimos seguir con el resto
de los profesores… Esta excursión era para compartir todo, así que a dormir en
colchonetas en el suelo y a comer injera (que afortunadamente para mí ya puedo
volver a digerir, tras dos meses de repugnancia absoluta). También salimos a
tomar café fuera de la misión, y si el café en Etiopía normalmente es bueno,
aquí en el sur es aún mejor, pues cultivan un tipo especial, y según me han
comentado, hasta las hojas las utilizan para hacer infusión (aquí se aprovecha
todo).
La parte de comer la pasé
satisfactoriamente, aunque no tanto la parte de dormir. Ya he dicho
anteriormente que a los etíopes les gusta el contacto físico, siempre se tocan,
se abrazan, se dan la mano… por tanto no podía esperar que para dormir pudiera
conservar mi espacio habitual en la cama, y no porque no hubiera colchones,
sino porque les gusta estar juntitos, jeje. Tampoco podía esperar que apagaran
la música o la luz pronto, sobre todo yendo con algunos alumnos (que están en
la edad de no dormir y pasarlo bien), pero creo que sólo a mí me importaba, el
resto comenzó a dormir plácidamente… así que puedo concluir que, efectivamente,
“ya estoy mayor”. Hablé al día siguiente con otra voluntaria que durmió con las
chicas y sí, contrastamos: “no importa cuántos colchones pongas en el suelo, los
etíopes se intentarán apiñar como suricatos”. La verdad es que forma parte de la
cultura y me alegra compartirlo con ellos, aunque aún hay veces que me extraña
cuando me cogen la mano y vamos caminando cual enamorados por la calle
(cuestión de tiempo, supongo).
En Dilla, por este querer
estar con mis compañeros, recibí un curioso comentario de Sister Gio, pues le
hacía gracia que quisiera estar con ellos como un etíope más: “yo al principio
también quería ser como ellos… pero luego te das cuenta que no puedes”. Creo
que está un poco confundida pues yo no quiero ser como ellos (y estoy seguro
que no podría si quisiera). Yo estoy muy contento de ser como soy, con mi
educación, mis complejidades, mis rarezas… y por qué no, mis costumbres
europeas y españolas. Sinceramente, nunca me he visto viviendo aquí por mucho
tiempo, pero aun así, quiero compartir con ellos y aprender de ellos todo lo
que pueda en el periodo que esté aquí, pues creo que eso es lo mejor que me
puedo llevar de esta experiencia.
Tras
este párrafo un tanto emotivo, diré que la vuelta a Zway fue también divertida
en el bus, con múltiples paradas para que compráramos frutas de todo tipo a los
chavales que vendían en la carretera. En esa zona llueve tanto que hay mucha
fruta y está muy muy barata, por ej. Una bolsa de plástico llena de aguacates
por 10 birr (0.45€), o de mangos por 15 birr, o caña de azúcar, papayas,
bananas, etc etc.
También hicimos una pequeña
parada en el lago de Awasa, que es muy bonito pero tendré que ir de nuevo,
porque 15 minutos y lluvia no dieron para ver mucho.
Aparte de este viaje hacia el
Sur, mis idas y venidas a Addis por diferentes temas relativos a mi pasaporte
me llevaron a conocer a la que ahora es mi profesora de amhárico, Rahel (no sé
si conseguiré hablar, pero estoy movilizando a medio Zway para que me ayuden).
El caso es que como íbamos a Addis, vino esta chica con nosotros, que tiene desde hace un
año y medio problemas con un brazo, algo de nervios, y fue operada hace un mes,
pero tenía que ir a revisión al hospital. Aunque algo tímida al principio,
resultó ser una chica simpática e inteligente. Su única familia es su hermana
pequeña, y desde hace tiempo las monjas les pagan la casa, comida y colegio. En
este viaje, hicimos buenas migas, y Nieves que no para de maquinar decidió
hacer un experimento, pues ella necesita cambiar el chip y pensar en otra cosa,
pues está obsesionada con su brazo, y yo necesitaba clases, así que “¡¡¡Tatáaaan!!!”,
combinación perfecta.
Como
se puede uno imaginar, este viaje dio más de sí que conocer a Rahel.
Por
una parte fuimos a ver a los peques que antes vivían con nosotros en Zway, que aún
están esperando para que se resuelvan los papeles de adopción. Aún se acuerdan
de mí, o al menos juegan conmigo como si me conocieran, y es una gozada llegar
y que diez pequeños se te pongan a abrazarte, jugar, reir…
Por otra parte, ir a Addis con
Nieves es no saber cuándo vuelves, y no saber lo que vas a hacer allí. De este
modo, y para no perder las costumbres, mi calidad de voluntario me convirtió por
un par de días en diseñador gráfico junior, o sea, que me dediqué a rehacer la
publicidad de los diferentes campus de Mary Help College en Etiopía pues tenía
que estar lista para una feria que había en Awassa (y al día siguiente
rematándolo con el diseñador de verdad, pues mi conocimiento auto-adquirido de
Photoshop tiene ciertos límites, y posteriormente con el de la imprenta… que me
meto en todos los “fregaos”). Finalmente la publicidad estuvo impresa a tiempo
y por lo que me han contado la feria estuvo bastante bien.
Para finalizar esta entrada con
algo que no tiene nada que ver con lo anterior, me gustaría compartir uno de
los últimos acontecimientos que me han ocurrido y que me ha hecho mucha ilusión.
No es una anécdota de ninguna escapada, o algo que pasó en un lugar lejano,
sino algo que ocurrió a tan sólo cinco minutos de la puerta de la misión:
El
otro día volvía de dar un paseo y me encontré a mi amigo Abubeker (uno de los
gemelos con los que fuimos a la montaña en el Via Crucis; el que sufrió tanto
de bebé). Siempre me saluda muy jovial y viene corriendo a darme la mano en
cuanto me ve, pero esta vez me cogió bien fuerte y tiró de mí para llevarme a
su casa (la que les están pagando las hermanas). La puerta exterior era de
hojalata y al entrar nos cruzamos con unas cuantas gallinas en la zona central,
y casi me trago las cuerdas de tender pues Abu no dejaba de tirar de mí, y como
en general aquí son bajitos, tienden a la altura de mi cuello. Llegamos a su
puerta y, como la mayoría de la gente, su hogar era una habitación de adobe de
unos 3 metros cuadrados donde tenían dos colchones pequeños, un banco y una
pequeña despensa con una bolsa de plástico y el soporte donde ponen las brasas
para cocinar. Allí estaba también su hermana, Radia, y ambos se sentaron a mi
lado, en el banco, y me ofrecieron pan (el poco que tenían). No voy a olvidar
jamás la cara de emoción que tenían porque me estaban invitando a su casa
(probablemente con más espacio para tres niños, que lo que puedan tener en su choza
en el poblado), y me contaban donde dormían cada uno y donde cocinaban. Me
imagino que para ellos poder vivir así, en una ciudad, es más de lo que podrían
esperar, sobre todo después de haber estado viviendo en los tubos de
alcantarillado.
Al
día siguiente me los volví a encontrar y también muy ilusionados, me
presentaron a otro de sus hermanos mayores que había venido a visitarlos. Luego
Nieves me dijo que llevaban mucho tiempo sin verlo porque se había ido de casa…
el hermano en cuestión no creo que tuviera más de 16 años.
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